La fotógrafa, en el tejido urbano, enmarca este tapiz, recién desvelado, que conserva todavía colores de la vida interior del escenario doméstico y hasta un trazo de la escalera que rubrica la viñeta central de la almazuela. El tono de las paredes va del amarillo avainillado al negro grafito del humo de las chimeneas, pasando por el gris de los muros. La secuencia de ladrillos agujereados parece un cilindro de pianola con su notación. Y es que es un mural que también resuena. Están impresos en él voces, pasos, ruidos y silencios. Sobre todo un último silencio, que acaba por suturar las distintas piezas. La cámara atraviesa la cuarta pared del teatro inmueble, y permite adivinar, presentir y oír cada de escena de la historia de una escalera.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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