La fotógrafa, siguiendo el sentido de la visita, se encuentra, algo perdida, entre largos pasillos y aledaños, con un logo a la fuga. Como si la figura quisiera regresar a su zona de confort: el puesto que ocupa habitualmente en el semáforo del que se había escapado por la mañana para recorrer, como un turista más, la insigne residencia, este circuito de paños de pared empapados por los siglos. Y entelados por capas estampadas que convierten el palacio en un laberinto de intricada distribución; en un juego de scape room decimonónico del que no hay una clave a la vista para volver a salir a la luz del día. Tan sólo el atajo de una flecha que el logo se apresta a seguir. Él es sólo un dibujo. No puede con tamaño patrimonio.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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