Casi no se aprecia a la primera, esa mano enguantada y como dada a la fuga. No sabes si te llama, si te saluda, si se despide, si te pide que la socorras, o si intenta, sin éxito, aferrarse a algo. Parece un guante de mimo, o de cadete. Se ve el cuadro como una exhalación. No sabes si se trata de una real mano real o de un destello más, de un capricho óptico, de un espejismo de los que produce el chasis de ese cohete acharolado. Parece la mano de un astronauta antes de abandonar la tierra. Sobre el techo del vehículo, la instantánea fotográfica ha formado todo un cosmos, como de Carl Sagan. Un constelación de polvo estelar, un planetarium. En ese punto de la órbita, la mano parece apelarnos desde el centro de un remolino. Y la tormenta ya raya con luz las lunas de la nave.