El fotógrafo, ambulante de la instantánea, coincide en el camino con un puesto dedicado a la forma original de fijar aquello que está a la vista: el arte de la pintura. De temporización lenta, enfocando cada pigmento. Y recoge el despliegue de su instrumental, evacuado como de la rampa de un buque y anclado en la vertiente de la localidad, donde los edificios hacen grupo. De hecho, parecería que la pintora no sólo los pinta sino que los orquesta. Y su pincel, la batuta que dirige sus secciones. En el lienzo resultante, creemos advertir que sólo entra una calle. Y el fotógrafo da cuenta de lo que queda fuera de su campo. Flotan unas nubes que de descargar borrarían el cuadro. Alrededor del botellín de agua, una lagunilla.
Fotografía: Justo Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez