La fotógrafa, geógrafa de la luz, mapea la formación en sierra que componen sombras y claros proyectados sobre la pantalla de una pared blanca ribeteada con un techo de uralita. Su saliente es el que en la fotografía enseña los dientes. O unos tramos de escalera que, a modo de escalerilla de avión, ascienden hacia la franja de cielo. Y a la inversa descienden hacia el fondo encalado. Cada instante conlleva unas coordenadas de luz diferentes, un dibujo caprichoso que traslada el eje de la silueta, que de ser el ojo una cámara de cine y de haber permanecido abierto su objetivo durante unos minutos habría mostrado cómo el dibujo de la sierra iba deslizando hasta convertir la pared en un reloj de sol.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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