La fotógrafa, desde dentro, capta el momento de la entrada de la primera visitante. Un museo no se revela hasta que unos ojos ingresan en su interior y se activan las paredes y comienzan a manifestarse las obras, que han descansado e la oscuridad y en la soledad de la noche; momento que era el preferido por algún artista– y el próximo jueves por muchos visitantes– para recorrer las salas, con una linterna, y con las obras dormidas. En esta imagen, sin embargo, se registra una apoteosis de la luz, como si las obras, que no sabemos si son pinturas o esculturas, hubieran estado tanto tiempo expuestas que, como sucede con una película si pasa entera delante de una cámara abierta, lo que ves es la suma de toda la luz que contiene.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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