El fotógrafo, que en una de sus vidas anteriores fuera proyeccionista de cine y conoce la materia, se sitúa en la acera del lado oscuro para certificar el avance de la sombras sobre el edificio que durante décadas acogiera entre su oscuridad a miles de ojos encendidos, pero ahora es él, el propio edificio, el que mira con sus ojos en blanco a las tinieblas exteriores. Un blanco de ojos de ciego. En su platea extramuros, menos de media entrada, una matinal muy floja: un hombre, dos árboles, una papelera, un banco, una farola, un conteiner y una señal de tráfico; espectadores todos ellos de la pantalla de ladrillo rojo sobre la que la sombra que penetra por la derecha del campo visual comienza a barrer en cortinilla para cambiar de plano.
Fotografía: Justo Rodríguez – Texto: Bernardo Sánchez