En el terreno de juego, el fotógrafo puede apostarse en puntos imposibles para un espectador ordinario. Incluso para el ojo humano. Por ejemplo, detrás del mismísimo balón. Y hacer cuadrar las coordenadas de éste con el centro del visor de la cámara. Y luego seguir corriendo por la banda, con el balón en suspensión, sin perder la centralidad. Como en una especie de truco de levitación. Pero no es un truco: es saber ver la jugada. Es un premio a años de atención, desde todas las bandas. Una tarde se produce la conjunción planetaria. El balón, a contraluz, no es solamente un balón: es una mácula esférica y perfecta en el objetivo de la cámara. Una pupila. Un eclipse. El instante cegador que se persigue, dentro y fuera del fútbol.
Fotografía: Justo Rodríguez – Texto: Bernardo Sánchez