El fotógrafo, a pie de calle, en la rotonda, aún pilla, en algún momento del día, las puertas abiertas de la cabaña. Un hogar, con su rescoldo, con su aroma a la castaña asada. Con la hospitalidad. Con una pequeña conversación, gustosa. Con su luz interior. Como de casita de belén, ahuecada al final de la vía principal. No se ve a nadie al alrededor, ni coches, ni transeúntes. Sólo la mujer que va a por el cucurucho. Parece como si la ciudad se hubiera iluminado, urbanizado, ajardinado y silenciado como tributo a ese punto de calor, visiblemente habitado. No sé puede saber a qué hora el fotógrafo la capta: un instante entre la luna y el sol, cuyos globos se sitúan en el límite del marco, al modo de dos farolas.
Texto: Bernardo Sánchez
Fotografía: Teresa Rodríguez