El fotógrafo, cronista en cada instantánea de varios tiempos superpuestos, asiste a la ‘no rendición’ de la plaza en su enésima efeméride. Los años y las inclemencias han mermado la silueta del abanderado y la de los muros de la ciudadela. Del primero se aprecian las costuras entre sus miembros y de los segundos el esqueleto de su andamiaje. El rito se reproduce sin periodicidad: hay que esperar –cada vez más- a que la sombra del abanderado, paticoja y apoyada en el asta de la bandera, logre culminar la fortificación. Y proclamarse. Las sombras también se fatigan. Son la transparencia del tiempo transcurrido, el perfil opaco de las epopeyas, grandes y pequeñas. Por eso, constituye un triunfo su figura. Y su fotografía.
Fotografía: Justo Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez