La fotógrafa, alertada por el crujido que producen las raíces de un tronco cuando rompe a andar, gira su objetivo hacia la bocacalle y se encuentra con el espectáculo siguiente: un gran árbol, el de la plaza o sus alrededores, se aproxima, desnudo de hojas, pero trenzado de ramas con sus correspondientes extensiones y vesículas, hasta el edificio vecino, vertical y abalconado, para hacerle cosquillas en su medianil, preámbulo de un abrazo o fusión, algo prohibido ahora mismo fuera de la especie vegetal y de la arquitectónica. La batería de ramas avanza tentacular, a brazo por piso. Y entre el encaje fino del enramado, se puede ver a una farola estirando el cuello. Con curiosidad. 20.000 leguas de viaje forestal.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez