La fotógrafa, entre la hierba del jardín, encuentra un fragmento de tela estampada. Con la imagen de una mujer desconocida, en blanco y negro. El objetivo de la cámara se detiene en la rama de una flor mínima, de resultas que la imagen fotográfica queda desenfocada, como si el paso del tiempo la hubiera ido desenfocando, y replantado en un espacio natural, expuesta al aire y a la luz de los días, con sus noches. Desde el punto donde la fotografía germina, la mujer nos mira y nos habla, con aquella alegría de las madres, aquella sonrisa de las mujeres de la familia, cuando posaban para los retratos que luego se colocaban sobre la cómoda o el velador. Y así, la florecilla en primer plano se postula como un búcaro a su memoria.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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