El fotógrafo, atravesando la estancia, se sitúa delante del tríptico, formado por un vano con punto de fuga al viñedo y sus dos aletas o brazos, que se abren al espectador, recibiéndolo. Si fijas las mirada durante unos segundos, acaba por parecerte un rostro alegre, y sonoro, que va aclarando el tono de sus planos, prácticamente una bandera natural, y adelgazando sus franjas, desde el murete gris de las piedras hasta la línea azul del cielo, pasando por la banda ancha de viñas pintadas con la paleta del otoño y los verdes de las lomas circundantes. El resultado es un lienzo traslucido, que aclara la habitación que lo contiene y enmarca su vista; un hueco que bien pudiera ser también la parte de atrás del cuadro, o su arquitectura interior.
Fotografía: Justo Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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