El fotógrafo, pintor, planta su caballete en el campo. Y saca la paleta de Renoir. Oleadas de color tapizan el lienzo. Sólo con mirar se puede escuchar la luz, sabiamente distribuida sobre el texto de la vegetación y de la flora. Una luminosidad tramada sobre el aire. Podría ser el mismo aire la tela de este cuadro. Las amapolas ponen los puntos sobre el paisaje. Son acentos de rojo vivo, como una crin, espolvoreada. Parece todo un sueño digital. Un avatar impresionista. Que podría cambiar su escenario sólo con un click, o trabajando los ajustes del programa de color. Con nosotros dentro. De hecho, en el centro del cuadro, una fotógrafa realiza el contracampo. En él, tendría que aparecer el fotógrafo. Primavera, día 2.
Fotografía: Justo Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez