La fotógrafa, en una Feria, ve cómo, al atardecer, se ilumina la constelación de bombillas multicolores. Una constelación eléctrica que ribetea una de las barracas de este universo encantatorio, y que parece también una taquilla y una frontera, un paso franco, que se atraviesa a pie con una sensación mezclada entre la magia, el misterio y la suerte, y sin más peaje que una moneda que desaparece por una rendija. Y a jugar: es play-time. Tiempo de juego. Y entonces, se activa el mecanismo de la noche, en el que la barraca, el puesto, la nave nodriza, mueve todos sus engranajes, figuras y sonidos, y el marco de bombilla se vuelve una corona loca en la que cada engaste cambia de color y se desliza. No había mucha gente. El planeta va solo.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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