La fotógrafa, bordeando la costa, ve asomarse el gran reloj como una especie de luna diurna en extensión, hasta que ésta asciende y se enclava sobre el balcón de la playa. El reloj, lunático, es un vigilante más, un socorrista de mareas, del ciclo solar, del horario de baños y del faenar. Ahora son las cuatro y cuarto de la tarde y todo funciona: bañistas, sombrillas, toallas, castillos, oleaje, surfistas. Pero al atardecer, cuando el sol se apague tras el horizonte, sólo se verá su esfera de planeta traslúcido, Con sus cráteres con forma de minutos en círculo. Hasta que al amanecer, sus dos agujas atraigan de nuevo el mar hacia la orilla y se reanude el movimiento continuo. Este reloj marca las horas y las olas. Bandera blanca.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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