El fotógrafo, que duda a qué carta quedarse, aprecia cómo la figura que va de mano, en el último rayo de sol de la tarde, que en ese momento, en su occidente, atraviesa la calle. Es seguramente la verdadera fortuna de este instante, al menos fotográfica: el foco del atardecer iluminando a los personajes de la baraja y de la historia que llevan prendida a su figurín, y resaltando el gesto entre el guiño y la invitación que muestra la figura, tocada como por una cornucopia, a la que vemos entresacar una de las cartas. Entre piedra, hierro, vigas y columnas, el cromo a tamaño de portal, te apela y te prepara para el signo del naipe. Y la ciudad hace las funciones de mesa, a la que te sientas sin sentarte.
Fotografía: Justo Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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