La fotógrafa, frente a la jardinera, descubre esta curiosa tabula gratulatoria, impresa en mármol. Son agradecimientos esculpidos y fijados al muro. Materialmente atornillados, para que nunca decaigan. No hay ni imágenes, ni más datos ni pistas que unas cuantas iniciales, el nombre de Marie, que se repite, alguna fecha de inscripción o fallecimiento, en los años 60 o 50, y la palabra madre: figura a la que van dedicados la mayor parte de los agradecimientos, que son filiales y de los que consta inscripción en letras mayúsculas. La suma de las lápidas compone una suerte de mosaico, que desborda el marco de la fotografía. Enfila lo que se asemeja, sí, a un gran panteón, pero también es un lienzo o pasillo de personas vivamente agradecidas. Es un texto, en definitiva. Resulta emocionante imaginar en cada caso de cada lápida el motivo del agradecimiento, y cuándo y porqué alguien decidió hacerlo expreso. Y sacarlo a la luz. Quizás porque las gracias se verbalizan cuando el paseante se pone delante de la lápida y pronuncia en voz alta la palabra. La misma palabra siempre: gracias. Está esculpidas la gracias para ser dichas por otros, que así, se sumaran a las gracias. Son una especie de exvotos. De acción de gracias. Y secretos. Las plantas mantienen verde la base de la galería. Pasarán los años y ya no estarán ni los agradecidos ni los seres a quienes se les agradecía, pero sí permanecerá el certificado marmóreo. El silencio y un agradecimiento eterno.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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