El fotógrafo, a la altura de las circunstancias, fija este retablo de huecos y marcos en la fachada de un edificio. Un edificio que sólo consiste en su fachada. Compone la galería a la vista una pared de museo urbano, con diferentes géneros, encuadres, tramas y texturas. Y efectos ópticos. Siendo el de más relieve el marco del balcón central. Aquí, el eje de la cámara ha logrado que el primer y el segundo plano se aplasten y encajen a la perfección en el vacío de la vivienda. Y de esta manera, sin inteligencia artificial, lo que está al fondo, una réplica de ventanas y balcones alineados como en corrala, se adelanta y se engasta en el bastidor vacío, como una pintura en trampantojo o incluso como una fotografía mural, nítida, a foco. O una viñeta de barandillas de balcones en paralelo. Y de mil pupilas dilatadas y oscuras. Destaca su luz interior por cuanto a los lados los lienzos son opacos, sin historiar, como de otro museo. Alrededor, los cables, bajantes y trazos de sombra forman una enredadera, o listones que sujetan el retablo. Si el fotógrafo se hubiera apostado en algunos de los balcones al fondo, pero a la vez delante, de los destacados por la sección, el cuadro principal hubiera enmarcado con idéntico relieve el decorado del contraplano. Aunque quizás no hubiera existido esa franja verde vegetal, que sujeta a modo de jardín las casillas del trampantojo, ni lo que siendo un grajo de óculo que da al patio interior parece el cuerno de una luna.
Fotografía: Justo Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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