El fotógrafo, desde su pupitre, pone el foco sobre el brazo que se alza como un cohete, con el dedo índice señalando hacia el fuera de campo. Del nuevo curso. Del nuevo tiempo. Del marco. La fotografía, disparada a la vez que el brazo, subraya el valor afirmativo del gesto: la mano certifica su asistencia, conoce la respuesta, se apunta voluntaria, pide intervenir, reclama la atención. Está ahí, de nuevo. Progresa adecuadamente. Rabiosamente presencial. El aula se ha vuelto a abrir. Por mí y por todos mis compañeros. Un recuerdo del ímpetu de los primeros años, de la ausencia de miedo. En el rincón, un globo terráqueo parece como castigado y desenfocado. Este vez, el mundo nos había quedado para septiembre.
Fotografía: Justo Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez