La fotógrafa, advertida por el ligero roce de un balanceo, madera sobre madera, descubre una figura sobre el mueble del salón. Como quien descubre un pájaro o un vecino nuevo. Es un payasete tentetieso. Con un cuerpo de dos bolas. Bracitos, manoplas y bonete. Como un muñeco de nieve rebozado en sirope de cereza brillante. Atraído por la luz, ha salido a la pista para realizar un prodigioso número de equilibrismo. No sólo sobre su propia base, sino sobre una arquitectura de colores. Y en la totalidad del espacio, en el que su cuerpo redondo y brillante ocupa un lugar contrapesado, dejando aire a las regiones de morado y naranja butano que componen el lienzo, y apoyado, sin vencerlo, sobre el meridiano negro.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez