La fotógrafa, en las estancias, revisita la cocina de nuestras madres, ya cerrada excepto para las excursiones de la memoria, que se fijan en imágenes como ésta: el cuadro de un paño de azulejos estampados, ligeramente teñidos en el vapor y el aceite de mil guisos, y en el calor, el calor de la cocina. Las estrellas del estampado parecen a la vez frigorías y soles. Forman una pared ajedrezada, hipnótica desde el desayuno hasta la cena. Penden elementos de la herramienta básica. Todavía conservan su brillo metálico. Son como criaturas con ojos y dientes. La boca de la jarra del agua los mira. Esto fue el bodegón de nuestra primera vida, en la que no había un día que no fuera de la madre. Seguro que aquí escuchan su voz.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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