La fotógrafa, en expedición arqueológica, descubre el último vestigio del Imperio entre dos jardineras. Allí debió ir a parar en alguna de las refriegas del desplome. Cuando se desprendieron todas las piezas del decorado. Una cosa bárbara. O quizás, la cabeza fue rebotando de siglo en siglo de los de después de Cristo, los que van en números romanos. Encontró la cabeza aquí, tras mucho rodar, un escondite. Para los restos. Se le ve jugar al disimulo, como si fuera una escultura de jardín. El resto del cuerpo, bien en túnica o en armadura, más complementos, espadón o edicto en cartucho bien pueden estar plantadas en algún césped de esta neocalzada ubicada en un punto de la Galia actual. Y es que estos romanos estaban locos.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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