La fotógrafa, en una azotea vedada al público, capta este instante de una escena de caza que podría parecer neo-rupestre. Su secuencia se extiende a dos paredes, unidas por la bisagra de un ángulo de sombra, que deja a un lado a la figura del perseguidor y en el otro a la figura del perseguido. Aun tratándose de dibujos, el sol consigue sacar sombra de la pintura del ciervo. En realidad, ambas criaturas ya evolucionan como sombras de sí mismas. Un animador cinematográfico diría que es uno de los cientos de dibujos que, uno a uno, se dibujaban sobre planas de papel para conseguir unos segundos de movimiento en pantalla, en alguno de los bosques animados por la imaginación cinética y cinegética, en una fase anterior a la lluvia de color.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
Los comentarios están cerrados, pero los trackbacks y pingbacks están abiertos.