La fotógrafa se detiene ante un gran cromo del álbum del mundo a tamaño natural. O de una filmina de su secuencia. Término en desuso, este de “filmina”, pero que describía perfectamente la cualidad fílmica de una imagen, reducida al tamaño de un fotograma y –tras su resguardo doméstico- desvaída. Desde el interior de la cámara oscura, por la que transita la fotógrafa, en compañía de otros pasajeros desconocidos, se contempla la naturaleza como un gran diorama, en el que posan las especies, y el lienzo del cielo se ilumina. Es un planeta exterior, expandido en una cápsula de tiempo inmóvil y silenciado, como un perpetuo amanecer de la humanidad. Vida y color.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez