La fotógrafa, en la estancia, es atraída por el punto de luz. Una bombilla común que irradia un resplandor suficiente como para alumbrar la caja, que a su vez se encuadra como un lienzo, que en su tela alberga la huella o el espectro de otros cuadros, y un mapa de sombras, que delimita regiones de humo, o de humedad. Es una bombilla, pero también un ojo, que se asoma al interior como el quinqué de Picasso. Y al asomarse, mira e ilumina, dando volumen al espacio, investigando. Como si ya hubiera estado allí antes. Y le devuelve el tono y la textura de una piel. De la que se ha borrado su primera vida y está a punto de revelarse otra nueva. Como en un palimpsesto, que escribe sobre lo escrito, que pinta sobre lo pintado.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez