La fotógrafa, de visita en el Panteón de la familia Tenorio, se cruza con el escultor, que ya se disponía a marchar, y le pregunta por la famosa historia de la estatua central, la que muestra de pie y en mármol a la dama de la imagen pura, la de la hermosa juventud, el ser sobrenatural; y si acaso era obra de su cincel. A lo que el maestro, aún conmovido, responde que sí, como las demás, pero que nunca la creyó muerta sino como dormida y como sombra, pues «la muerte fue tan piadosa con su cándida hermosura, que la envió con la frescura y las tintas de la rosa». Desde luego, apostilla la fotógrafa ante la efigie, «mal la muerte podría deshacer con torpe mano el semblante soberano que un ángel envidiaría». Y ciérrase la apariencia.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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