La fotógrafa, atenta a las redes sociales, recorta este cuadrante de nódulos candados. Cada uno de ellos atesora un episodio de amor, alguno incluso aparece protegido por una clave, como de caja de caudales. Son historias cifradas, tatuadas: con iniciales, con una fecha, con un corazón rotulado. Muescas que certifican una ilusión, o simplemente una noche, o hasta un compromiso; repujados en el metal de la cerradura, que se abraza a cada ventana de la retícula, de una valla en obras, en París, claro. Sus grabadores y grabadoras se encuentran ahora lejos del contrato, pero la Torre Eiffel, hecha del mismo metal de la promesa, es testigo, y faro durante las noches. Y en que esto pase, irá llamando a lo implicados, para reabrir cada historia.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez