El fotógrafo, miracielos, escalatorres y cazador de sombras, por definición, atrapa un sesgo, una traza, un garabato de sombra con forma de cigüeña, que se acaba de desprender de otra sombra mayor, la de una de las torres de la Colegiata de Alfaro, que se recorta sobre un paño dorado que hace de pantalla, de panorama. La silueta de cuerpo entero de la Colegiata -de la que aquí sólo sobresale un copete- está compactada por centenares de sombras de cigüeñas. Si éstas decidieran desprenderse y volar todas a la vez, las dos torres y a continuación el resto del edificio se desharía en bandada, y sólo quedaría el resplandor de fondo, inextinguible, y el eco del crotoreo.
Fotografía: Justo Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez