El fotógrafo, desde la órbita del frontón, envía una instantánea de la cancha lunar que se despliega en la noche. Su cara más luminosa. La habitada. La que da juego. Donde evolucionan los manomanistas. La mezcla del azul del cielo y del naranja cálido que contiene a los espectadores genera perspectiva, un horizonte que fuga hacia la cara sur del templo, ciclópea y encalada. En su día hubo pintada en esa misma cara una pantalla de cine. De verano. Un templo que tiene también su propia pala o mano, del verde de la pared de los rebotes, de la chapa y de la nave del container. Se oyen en el espacio el eco de la pelota, el nanoplaneta de este festival, y las voces del arbitraje. Una línea blanca marca el perímetro de la acción. El Cortijo.
Fotografía: Justo Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez