Una oportunidad como ésta no se presenta más que una vez en la vida de un fotógrafo; o en la de cualquiera: la oportunidad de que el TODO se despliegue ante tus ojos. De un golpe. Y en «el mismo punto, sin superposición y sin transparencia», que diría el ciego del cuento. Y en el sitio menos esperado: una esquina, un localito. Se levantan las persianas, que también te miran, y el espectáculo de la totalidad queda al descubierto. Quizá durante unas décimas de segundo, lo que dura un parpadeo o un disparo de cámara, pero suficiente para que el gran bazar muestre su panorama, en el que además el TODO es barato, a cien. Sólo que la fotógrafa lleva esperando horas. Por lo visto, hay problemas con una exclusiva.