La fotógrafa, interesada en el mobiliario del museo, encuadra esta silla con tres siglos en su esqueleto pero recién retapizada para la galería. De hecho, diríase su asiento una loma aterciopelada, pendiente de estreno en la Historia. Tras cuyo horizonte se eleva el respaldo, como una tiara, sobre la que bien pudo retreparse algún intendente napoleónico. Es curiosa la escena: sobre el asiento gris está sentado un aviso, que muestra sentado a su vez sobre una barra a un logo también gris, pero que advierte que no está permitido sentarse sobre la silla; se supone que a excepción del propio aviso, plantado como una tienda de campaña en lo alto de la loma, como si estuviera contemplando, desde un bellvedere, la ladera y el fuera de campo.
Fotografía: Teresa Rodríguez
Texto: Bernardo Sánchez
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